sta es la segunda parte de una reseña de  “La Economía desenmascarada” de Steve Keen (iniciada aquí). Trata de tres tesis principales que son recurrentes en ese libro: i) la superioridad intelectual (y moral) de los economistas (no neoclásicos) que “vieron venir la crisis”, ii) la conspiración de los economistas neoclásicos para mantener apartados a “los que profesan otras formas de pensar”, iii) las soluciones a las “graves deficiencias” sobre las que se sustenta la economía convencional.

Predecir no es entender

La primera edición de “La Economía desenmascarada” (LED, de aquí en adelante) se publicó en 2001 con la intención (reconocida por su propio autor) de avisar, más allá del mundo académico, de que una grave crisis económica iba a estallar con carácter inminente (sic) y que la teoría económica neoclásica estaba contribuyendo a generarla. La segunda edición de LED se publicó en 2011, aprovechando el éxito mediático alcanzado por el autor cuando finalmente la crisis se produjo… a finales de 2007. El autor atribuye su clarividencia en la anticipación de la crisis a sus preocupaciones por diferenciar activos financieros y reales, por los flujos de crédito que los financian, por el crecimiento de la deuda que acompaña al de la riqueza financiera y por la relación contable entre la economía financiera y la real, preocupaciones todas ellas, según él, ausentes de la economía neoclásica.
En mi opinión la cuestión relevante a estos efectos no es cuántos ni qué tipo de economistas vieron venir la crisis (algo que me parece un ejercicio de onanismo intelectual poco interesante). Como no creo que los economistas (de uno u otro tipo) tengan bolas de cristal ni máquinas para viajar en el tiempo, lo que de verdad importa es si aquellos que dicen realizar predicciones acertadas, utilizan (o no) un sólido conocimiento de la naturaleza, causas y determinantes de los hechos previstos. En este caso, esta cuestión plantea dos niveles de discusión: i) ¿es la hipótesis de Minsky y sus desarrollos posteriores por Keen una buena base teórica para entender el origen y el desarrollo de la crisis?, y ii) ¿es verdad, como sostiene Keen, que los economistas neoclásicos no tenían el instrumental adecuado para “ver venir la crisis”?.
Mis respuestas a ambas preguntas son no y no. Habiendo estado expuesto a nuestros colegas patrios que han intentado convencernos de lo contrario (por ejemplo, éste y éste), he buscado afanosamente en LED mejores razones. No las he encontrado.
En primer lugar, Minsky expuso sus ideas sobre ciclos financieros en forma discursiva combinando argumentaciones varias (y en ocasiones) contradictorias entre sí, sin proporcionar al lector un instrumental para el análisis de los ciclos financieros ni evidencia empírica que permita sostener que los principales canales de transmisión de las perturbaciones financieras que él identifica sean los verdaderamente relevantes.
Por otra parte, esas ideas no son ni mucho menos las únicas que se han formulado sobre la posibilidad de que perturbaciones financieras generen fluctuaciones económicas o ciclos de expansiones/depresiones. Una breve búsqueda de trabajos sobre ciclos financieros publicados antes de 2007 produce bastante resultados (por ejemplo, 1, 2, 3 y 4). Incluso libros de texto muy anteriores contienen un tratamiento de la posibilidad de burbujas especulativas y de las imperfecciones de los mercados financieros (ver, por ejemplo, el capítulo 5 y el apartado 9.6, aquí). Y la experiencia de la crisis bancaria japonesa, extensamente estudiada (ver, por ejemplo, aquí),  proporcionó un antecedente sobre las consecuencias que podrían tener burbujas inmobiliarias y excesivos crecimientos del crédito acerca de las que muchos economistas eran perfectamente conscientes.
En lo que sí acierta LED es en señalar que estos conocimientos sobre el funcionamiento de los mercados financieros no estaban suficientemente integrados en la macroeconomía (ahora empiezan a estarlo). También acierta en criticar (ferozmente) la complacencia con la que muchos economistas y responsables de organismos internacionales económicos (con notables excepciones) contemplaron los desarrollos financieros del periodo 1995-2007. Pero que no se produjeran suficientes alarmas sobre la crisis, o que estas no tuvieran más repercusión e influencia, no se debió a las carencias de la ciencia económica ni a las perversas intenciones de la profesión económica por generar una crisis financiera, sino principalmente a los problemas de comunicación de los economistas (ver aquí y aquí) y a su turbulenta e incomprendida relación con los políticos (sobre la que he escrito en otro lugar).

Simular tampoco lo es todo

En segundo lugar, la mayor parte de las críticas de LED a la economía neoclásica se refieren más a la manera en la que se enseña la Economía en cursos básicos que a la totalidad de los  conocimientos que componen la ciencia económica (sobre esto, más en el siguiente apartado).
En la crítica a la enseñanza actual de la Economía, LED también tiene razón. Es urgente que los cursos introductorios de Economía se diseñen de manera diferente (sobre cómo hacerlo ya tenemos algunas referencias). También acierta su autor cuando recomienda que los estudiantes de economía dediquen mucho más tiempo a aprender técnicas cuantitativas. El economista del siglo XXI será fundamentalmente un analista de datos. Sin embargo, de la misma manera que la potencia sin control no sirve de nada, las realizaciones de cálculos masivos sin capacidad de análisis (que es lo que, bajo la etiqueta de "Econofísica", parece promover el capítulo 15 de LED), también son inútiles. Y puestos a recomendar métodos cuantitativos para la economía, me parecen mucho más adecuados los que se describen aquí, aquí, aquí, aquí y aquí.

La conspiración inventada

Hay dos cosas que gratifican enormemente a los economistas académicos (ortodoxos y heterodoxos). Una es intentar demostrar que sus colegas, en uno u otro campo, están equivocados. Otra es quejarse de no recibir suficiente admiración, respeto y reconocimiento. En LED se encuentran ambas en grado sumo… y sin razones suficientes (como suele ocurrir en la mayoría de los casos).
LED acusa a la economía neoclásica (aproximadamente un 85% de la profesión según su autor) de obtener su posición de dominio gracias a sus vínculos con Gobiernos conservadores y el “capitalismo internacional”. Es más, se dice que las propuestas de política económica que de ella se derivan siempre favorecen a los poderosos ricos por la existencia de tales vínculos. Y, finalmente, se concluye que se utiliza tal posición de dominio para expulsar de la profesión a los que no comulgan con una teoría económica conservadora y que empobrece a la sociedad. Para ello, los economistas neoclásicos dominan los departamentos económicos, los consejos editoriales de las revistas académicas, los comités de selección de estudiantes de doctorado y nuevos profesores, y los comités de evaluación para la concesión de becas y financiación de proyectos de investigación.
En mi vida anterior como académico en ejercicio (1990-2004) nunca tuve indicios de tamaña conspiración. Sí he sido testigo (y víctima), entonces y después, de cómo debates científicos  sobre cuestiones económicas eran inmediatamente transformados en excusas para lanzar acusaciones injuriosas y descalificaciones personales infundadas utilizando argumentos similares a los que aparecen en LED. Y como miembro de paneles de evaluación de convocatorias públicas de financiación de proyectos de investigación en ámbitos nacionales e internacionales, he tenido muchas veces la impresión de que se premiaba en exceso la interdisciplinariedad y la amalgama de metodologías sobre la calidad de los proyectos y sobre las capacidades de los equipos investigadores para producir nuevas contribuciones científicas y resultados útiles socialmente.
En definitiva, si el 85% de los economistas (sic) entienden que hay un cuerpo de conocimiento que merece ser estudiado y desarrollado, será por algo más que por la mano invisible de los económicamente poderosos. Algo que los economistas valoran especialmente en la selección de estudiantes, profesores y proyectos de investigación es la originalidad y la búsqueda de nuevos problemas y soluciones. Si los economistas heterodoxos no consiguen penetrar en esos círculos es bien porque no quieren someterse a la evaluación por pares o porque, prefiriendo divagar sobre las ideas de economistas difuntos en lugar de desarrollar otras nuevas, no son capaces de ofrecer algo útil y original para el desarrollo del conocimiento económico. La queja contra la conspiración de los economistas convencionales suena igual que la del curandero/homeópata al que no le permiten la práctica profesional de la medicina porque no conoce el instrumental necesario para ello.

Tirando al bebé junto con el agua del baño 

Otra característica sorprendente (y decepcionante) de LED es que pretende ser una enmienda a la totalidad de la ciencia económica cuando presenta una visión muy limitada de ella. En realidad sus partes centrales (la primera y la segunda) solo tratan de modelos básicos de la microeconomía y de la macroeconomía y de nociones básicas de equilibrio general que se aprenden en los primeros cursos del grado en Economía.
Sin embargo, esos modelos son solo los instrumentos con los que los economistas dan sus primeros pasos. Cuando los aprenden y conocen sus limitaciones, se dedican a tareas mucho más interesantes. Basta echar un vistazo a algunas de las listas que se utilizan para catalogar artículos académicos de economía (o leer regularmente este blog) para darse cuenta de que los economistas hacen casi de todo en lugar de preocuparse por curvas de oferta y demanda y modelos estáticos de equilibrio general. En todos los campos de la economía (y son muchos) se analiza el comportamiento de agentes (personas, empresas,  gobiernos, etc.) que forman expectativas sobre la evolución de la economía, sobre los efectos futuros de sus decisiones y sobre las reacciones de los demás agentes, en mercados con estructuras y características muy variadas y en contextos de riesgo e incertidumbre. Decir que "los economistas del 85%" han de abandonar sus tareas para dedicarse a otras cosas es como decirle a un adulto que no puede correr porque de bebé aprendió a caminar en el taca-taca equivocado.

Y el veredicto es…

Si nuestra querida lectora que reclamó esta reseña ha leído hasta este punto, no se sorprenderá de que mi recomendación sobre LED sea negativa (hay recomendaciones positivas en el párrafo siguiente). No pierda el tiempo. Para los no iniciados, LED no es un buen libro de texto de Economía. Difícilmente un lector no iniciado va a entender las disquisiciones de su autor sin haber tomado cursos introductorios de micro y macro. Para los que hayan tomado estos cursos, es mejor opción seguir tomando otros intermedios y avanzados en esos mismos campos. Y llegados a ese punto, si se ha seguido los cursos con aprovechamiento, no necesitará leer LED. Su lectura solo puede resultar interesante a los que buscan excusas para utilizar la economía como un campo de batalla entre posiciones ideológicas y filosóficas colaterales al ejercicio de la economía. Como adelanté al final de la primera parte de esta entrada, en lugar de enseñar a aproximarse críticamente a la economía, LED solo sirve para alejar a sus (previamente convencidos) lectores de los instrumentos y conocimientos que necesitan para entenderla y desarrollarla.

Hay alternativas reales a las alternativas imaginarias de LED. Para los no iniciados que tengan un interés genuino en lo que es la Economía, qué hacen los economistas y cómo pueden contribuir (y contribuyen) a la formulación de políticas económicas que mejoran el bienestar social, recomiendo “La Economía del bien común” de Jean Tirole. 

 Si a lo que se aspira es a entender por qué se produjo la última crisis y cómo el sistema financiero fue crucial en su origen y transmisión, en particular, en el caso de la economía española, la referencia principal es Tano Santos (aquí y aquí). Y si todavía queda algún morbo por apreciar como los economistas secuestrados por la ideología pretenden imponer sus opiniones sobre los resultados de la investigación de los economistas (de verdad), mi recomendación es el libro cuya reseña causó el desvarío de esta entrada y la anterior.